Se cumplen ciento nueve años del nacimiento de Bernard Herrmann (1911-1975). Los cinéfilos y los aficionados al mundillo de las bandas sonoras le consideran el mejor compositor de música cinematográfica de la historia. Esto se explica gracias a varios factores que cimentaron su fama.
En primer lugar, cabría mencionar los directores para los que trabajó. Mencionar a Herrmann es invocar inmediatamente a Alfred Hitchcock. Herrmann “es” el compositor de las películas de Hitchcock, aun cuando su colaboración se reduce a menos de una decena de films de los cincuenta y tres que dirigió el orondo inglés, incluyendo piezas tan reconocibles como la de los glissandos chillones en los violines de la escena de la ducha de Psicosis (tantas veces imitados o parodiados), la obertura-fandango de Con la muerte en los talones o la envolvente música de Vértigo, con ese Preludio tan fascinante como la obsesión de Scottie Ferguson/ James Stewart por Madeleine-Judy/ Kim Novak.
Y está también Orson Welles, que le introdujo en el mundo del cine al ficharlo para Ciudadano Kane y, más tarde, para El cuarto mandamiento, última de las colaboraciones entre el director de Sed de mal y el músico de Las nieves del Kilimanjaro.
Otras colaboraciones sonadas fueron sus partituras para cuatro de las fantasías de Ray Harryhausen (Simbad y la princesa, Jasón y los Argonautas, Los viajes de Gulliver y La isla misteriosa) y, ya en su ocaso, cuando Hollywood no le quería porque su estilo se había vuelto obsoleto, le llamaron los admiradores de todas esas colaboraciones, fans como Francois Truffaut (Fahrenheit 451, La dama vestía de negro), Brian de Palma (Hermanas, Fascinación) y Martin Scorsese, con el que compuso y grabó la última de sus bandas sonoras, esa obra maestra que es Taxi Driver.
El tirón que tiene este músico va aparejado no solo a su obra, inquietante de por sí. Es su vida la que, como ha ocurrido tantas veces en la historia del Cine y del Arte en general, le elevó a la estatura de un mito. Todo por haber sido un hombre difícil, siempre al borde de la crisis y en permanente lucha con los demás y consigo mismo.
Orgulloso por naturaleza y porque se sabía el mejor entre sus colegas de profesión, borró su nombre de la lista de miembros de la Academia de Hollywood para que así, y según las normas vigentes de entonces, sus trabajos no pudieran ser juzgados por los demás miembros, ineptos, según él, a la hora de valorar correctamente una banda sonora.
De ahí que el músico no volviera a ser nominado. Ni siquiera por los trabajos que le aportarían la gloria; tanta que, según dicen, Hitchcock rompió con él porque Herrmann estaba recibiendo demasiada atención por parte de los grandes medios de comunicación. Tanta, como para ensombrecer al mismo Hitchock, quien se sintió celoso. Lo que en realidad pasó es que, durante la post producción de Cortina rasgada, Hitchcock estaba soportando una presión muy grande del estudio y sus jefes le exigieron una música más a tono con lo que se llevaba en los sesenta (música ligera a lo Henry Mancini). Herrmann se negó y no volvió trabajar con el director de Los pájaros.
Era orgulloso, sí, pero también era capaz de reconocer el valor de una pieza que no hubiese sido compuesta por él, como sucedió cuando el mismo Hitchcock le propuso hacer su aportación para la famosa escena del Albert Hall en el remake de El hombre que sabía demasiado: Herrmann decidió que utilizarían la misma obra que se usó en la primera versión de esta estupenda película, la Storm Cloud Cantata de Arthur Benjamin, porque, para él, era tan hermosa que hubiera sido un error cambiarla por otra.
El estilo sonoro de Bernard Herrmann lo convierte en un auténtico pionero de la música de cine de su tiempo, al conciliar dos escuelas tan dispares y enfrentadas como lo son las de Wagner y la de Stravinsky (adelantándose, de esta manera, a la música “de vanguardia” que harían compositores como Leonard Rosenmann, Alex North o Jerry Goldsmith).
De Wagner, heredó el apasionamiento y el sentimiento romántico, tan propicio para una partitura como la de Vértigo. De Stravinsky, las armonías inusuales y las orquestaciones imaginativas. De hecho, el estilo armónico herrmanniano es más o menos constante a lo largo de toda su obra: lo que varía de una película a otra es la orquestación, de la que él se ocupaba personalmente (en el cine americano es normal que el compositor cuente con un orquestador para acelerar el proceso de poner música a un film).
Así, usó solo la sección de cuerdas en Psicosis (una música “en blanco y negro”, como la definió él), mientras que en Jasón y los argonautas la orquesta era solo de viento. En Viaje al centro de la Tierra incluyó cuatro órganos para potenciar las explosiones sinfónicas de algunos pasajes, y en Ultimátum a la Tierra redujo la paleta orquestal a dos pianos e instrumentos electrónicos como el theremín o la guitarra eléctrica.
El último trabajo de Bernard Herrmann fue, como hemos dicho, poner música a Taxi Driver. El artista estaba muy mayor y había sido víctima del alcoholismo y de los disgustos continuos con colaboradores y familiares, así que no soportó el esfuerzo y murió la misma noche del día en que grabó la banda sonora del film de Scorsese.
Las obras de Herrmann son, continuamente, objeto de regrabaciones pensadas para que su música suene con toda la belleza con la que fueron compuestas y que le negaron en su tiempo debido a las pésimas técnicas de grabación con que se registraban las bandas sonoras en el Hollywood clásico. Además, su música ha sido reutilizada en dos remakes: el de Psicosis a manos de Gus Van Sant y en el de El cabo del miedo, otra vez de Scorsese. Es algo que no ha sucedido con ningún otro compositor de Hollywood. Hasta Tarantino le utilizó en su violentísima Kill Bill al usar el silbido de Nervios rotos como tema principal, presente en ordenadores y móviles de miles de personas en todo el mundo.
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